No me toques la tarifa

Cuando llegué a Alemania hace ya muchos años, mi por aquel entonces compañero de piso (alemán) me dio uno de los mejores consejos que se le puede dar a alguien recién llegado a este país:

En Alemania hay tres cosas que debes saber: 


  1. Un buen médico no es fácil de encontrar. Busca uno que no te quiera por tu seguro.
  2. Tarde o temprano, vas a necesitar un abogado. Estate preparada.
  3. Hagan lo que hagan y digan lo que digan, nunca confíes en la Deutsche Telekom (extensible a las demás compañías de telefonía).
Más razón que un santo! Si bien nunca dudé de la veracidad de sus palabras, cierto es que con los años he ido constatando hasta qué punto tenía razón: en los tres puntos he pecado. 

Así pues, podría contaros cómo no debéis fiaros de médicos que claman necesitáis éste o aquel tratamiento (particularmente, si tienes seguro privado) y de cómo un buen abogado os puede sacar de éste y más aprietos. Pero como me acaba de llamar una amable señorita de O2, voy a centrarme en el tercer punto.

Después de once años disfrutando de internet en Alemania, y las miles de historias para no dormir con las que podría llenar unos veinte posts fácilmente, he desarrollado un extraño hábito: me niego a ahorrar con mi tarifa de internet, de móvil o de fijo (enseguida veréis por qué).

Cada vez que me llama algún amable empleado de mi proveedor de telefonía, la conversación se sucede tal que así:
  • Hola buenos días, le llamamos de O2
  • Buenos días
  • Estamos promocionando una nueva tarifa para …
  • [le corto] Muchas gracias, pero no estoy interesada
  • Pero, con esta tarifa tienes más minutos y pagas menos
  • Ya, ya, no dudo de que sea una gran tarifa. Pero no estoy interesada
  • Puedo preguntar por qué?
  • Claro! Hasta ahora, siempre que he cambiado de tarifa, o bien han aparecido costes en mi factura que he tenido que reclamar (menos mal que siempre reviso la factura, verdad?) o mi conexión/teléfono ha dejado de funcionar por unas semanas
  • Vaya, que mala suerte. Pero eso con nosotros no te va a pasar. Por cierto [dándose cuenta de que mi acento de alemán, poco], prefieres que hablemos en inglés?

[Aquí tengo que hacer un inciso. Los trabajadores de proveedoras de telefonía alemanas suelen padecer una curiosa enfermedad conocida como “síndrome del idioma parpadeante”. Se suele manifestar por un inglés más que fluido cuando trabajan en la sección de “nuevos contratos”, que se convierte en un alemán de lo más arraigado cuando les trasladan a la sección de “resolución de problemas con contratos existentes” y que empeora más aún en la sección de “darse de baja de contratos”. No os asustéis si la misma persona que os hizo el contrato ya no habla inglés cuando no os funciona el teléfono.]

  • Hablamos como quieras, siempre y cuando no me toques la tarifa.
  • Pero que vas a pagar menos!

Y así suma y sigue. Yo entiendo que cueste de entender, pero es que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y yo ya tengo mis añitos. Una vez más, como tantas veces en la vida, prevalece el primer axioma de la ingeniería: "funciona? sí. Pues no lo toques".

Y eso hago.



El desenlace

Pues sí, como la mayoría habéis adivinado, lo primero que hicimos tras los eventos del sábado pasado, fue colocarnos en la caja que acababa de abrir. No fue fácil. Para una vez que yo consigo contenerme y no liarla, Polanski, que normalmente es una balsa de aceite, parece no lidiar muy bien con la situación y me toca literalmente arrastrarle de “A” a “B” mientras farfulla.

El final de la historia podría haber sido que pagamos mi molde de tarta y fuimos felices y comimos perdices... Pero no.

To say or not to say?

Ayer salió el sol en Munich, así que salimos de casa con una misión muy clara: paseo por el río mientras dure el sol y después, compra de mi primer molde de tarta (indispensable para continuar con el training de master chef). Una vez más, un plan sencillo.

“Un paseo semanal” es el precio que pago por no tener que hacer deporte. Polanski me dio un ultimátum: como mínimo, mínimo, tenemos que ir a pasear al menos un día a la semana. Me parece razonable. La única condición que le he puesto es que no paseo “bajo cero” ni con lluvia (parece obvio, pero es que este hombre es todoterreno...).

La moqueta siempre llama dos veces

Ayer fui a visitar a mi amigo Charlie. Tuve que ir a su casa porque desde que se puso a cambiar moquetas por tarimas, es el único hábitat en el que es posible encontrarle. 

Y allí aparece, pálido, desvalido, vista extraviada... En cinco años compartiendo pupitre nunca le había visto tan calamitoso...

- Charlie, cuéntame, qué males te acaecen?

Progress report

Estoy segura de que a día de hoy ya casi nadie se acuerda de sus propósitos de año nuevo... Por eso yo tengo solo dos, porque el que mucho abarca... ya sabemos. Como recordaréis: aprender a cocinar y aprender polaco. Del segundo ya hablaremos, hoy toca repaso culinario de lo que llevamos de año.

Aquí va mi "progress report":

1) Frecuencia

Con alguna excepción que otra (por ejemplo, vacaciones), he cocinado al menos una vez por semana. Para entendernos, considero "cocinar" todo aquel proceso culinario que implica o bien un fogón, o bien el horno. Por desgracia esto deja fuera todo socorrido bocadillo y las grandes creaciones congeladas y listas para microondas... No vale hacer trampas.

Aguandofiestas

Por fin, tras meses y meses encerrada en los confines de Mordor casi sin ver la luz del sol, llegan las ansiadas vacaciones. Cual ave migratoria, me voy a buscar climas más cálidos. Dormir hasta las tantas, disfrutar del mar, no cocinar, hacer lo que te apetezca cuando te apetezca. En fin, el paraíso terrenal.

El deporte

El deporte es bueno. Lo dice todo el mundo. Lo dice la tele, la radio, internet, cualquier revista que pille en la sala de espera del médico. Es universal y parece que hay consenso.

Yo no lo discuto. Para una vez que el mundo se pone de acuerdo en algo, no voy a ponerme yo a rebatirlo... Eso sí, lo único que le pido al deporte, es que me deje en paz. Yo no valgo. No valgo. Un paseito, sí. Un par de largos, también. Algo de yoga, vale. Pero ya.

Los tres mosqueteros


Hay que ver, la de tiempo que llevo sin despotricar sobre el curro, verdad? Y, por qué puede ser eso? Pues porque he encontrado un recodo de paz en la furia de Mordor. El edificio sur, como cabía esperar, es un lugar relajado. La verdad es que desde que me alejé de Komander las cosas son tan... normales. He vuelto a revivir lo que es eso, tener un trabajo normal, con un jefe normal, con el que se puede hablar y que no espera que le leas la mente (bueno, alguna vez sí... pero dentro de lo normal en los jefes).

Tener un trabajo normal con un jefe normal tiene mucho de bueno: bajo riesgo de taquicardia, reducción de instintos asesinos, menos ticks nerviosos, ser más soportable (hablo de mí)... Lo único malo es que no da para posts dantescos, como en los tiempos de Komander. Mi salud lo agradece.

No te quites el sayo

Abre tu armario. Coge toda tu ropa y tírala en la cama. Así, con furia, como en las películas americanas cuando la novia se enfada y echa al novio de casa, previo lanzamiento de prendas por la ventana. Ahora ve hacia tus zapatos. Quiero que abras todas las cajas y repartas los zapatos por el suelo, cuanto más lejos quede cada zapato de su par, mejor. Y por último, ve al cajón donde guardas guantes, bufandas, gorros y demás, y lo vacías, también encima de la cama.
 

Al volante

Lo cierto es que desde que me subo al coche hasta que me bajo, voy acojonada. Pensaréis que con toda la razón del mundo ya que es el medio de transporte con mayor accidentabilidad del mundo, pero lo curioso es que  solo me pasa cuando conduzco yo.

Cosmopolita-me

Para que os hagáis una idea, la última vez que estuve por aquí escuchaba a Backstreet Boys en mi walkman (sí, walkman), "Men in black" lideraba la taquilla y una oveja llamada Dolly dejaba al mundo boquiabierto.

Y es lo que tiene, si te pasas 18 años sin pisar una ciudad, es altamente probable que a tu regreso lo notes todo muy cambiado... primero, porque la ciudad con casi total seguridad ya no será la misma y segundo, con total seguridad tú no serás la misma.

Pues justo esto me ha pasado esta semana a mi regreso a Londres.

Enemiga pública... otra vez

A veces los planetas se alinean. Si el año pasado ya me fastidiaron la semana santa, este año también han estado a puntito de liármela. Cómo? Mandándome a una reunión el jueves santo. Haciendo encaje de bolillos, encuentro un vuelo de vuelta a Munich que aterriza una hora antes que mi vuelo a Madrid, con lo que, milagrosamente y gracias a que no hubo retrasos, consigo irme de vacaciones sin salir del aeropuerto. Bien!

La ayuda

Conversación en wasap con una amiga mía:
  • Servidora, qué haces esta tarde?
  • Pues tengo clase de polaco y después había quedado para cenar, por?
  • Ah, vale. Cancela todo eso y te vienes a casa a recogerme. Necesito que me saquen de aquí!

Se trata de una mujer de mediana edad, recientemente operada, madre de tres criaturas e hija de dos almas cándidas que no han dudado en venirse a Alemania, Pepe, a echarle una mano a su querida vástaga en tan delicadas circunstancias.

Cocinando, que es gerundio

A menudo me veo en una situación en la que, por algún que otro motivo, acabo mencionando que no me gusta cocinar y que por lo tanto, no cocino. Y yo me pregunto: si hay gente a la que no le gusta el cine (=inaudito) o el chocolate (=increíble) o incluso Pulp Fiction (=sin comentarios), por qué siempre hay alguien que se lleva las manos a la cabeza cuando digo que no me gusta cocinar? 
 
  • Que no te gusta cocinar? Pero si es súper relajante! 
 
Relajante? A ver, si yo entrase en mi cocina y encontrase, cual Arguiñano, todos los cuencos preparados encima de la mesa, limpia y reluciente, ordenados según la receta, con los tomates a rodajas, el puerro bien picadito, las zanahorias en juliana, los 200 gramos de harina (no de cualquier harina, sino de la que la receta te pide) ya pesados, etc, etc. Si yo tuviese picadora, 33 tipos de cuchillos, moldes en forma de reno, lavavajillas con capacidad industrial, una cámara web conectada a una central que me recordase cada dos por tres que no se me olvide echar la sal... Si tuviese un documento firmado con sangre en el que me asegurasen que, de alguna manera, después de cocinar, unos duendes mágicos van a venir a mi cocina y la van a dejar reluciente... entonces, y solo entonces, creo que estaría de acuerdo en que cocinar es un placer. 
 
Pero esa no es la realidad... El proceso de “cocinar” es bien distinto. Empieza en el supermercado, estarás pensando. Pues no, empieza incluso antes: primero tienes que decidirte a cocinar (que no es poco). Después, tienes que determinar qué cocinas. Cuando ya sabes lo que quieres cocinar, tienes que preguntar a internet y establecer cómo de factible es que una pobre ignorante culinaria como tú pueda llevar a cabo satisfactoriamente esa receta. Supongamos que encuentras una con media estrella de dificultad apta para ti. Entonces es cuando vas al supermercado. 
 
Si la receta es de una tortilla a la francesa, me veo capaz de encontrar los ingredientes yo solita..., pero qué pasa si necesito un tipo de seta especial, vinagre de arenque o, como me pasó una vez, cremor tártaro, que vete a saber tú dónde venden eso. Es más, qué es eso? Qué diccionario me lo traduce al alemán? 
 
En aras de avanzar con el argumento, supongamos que encuentro todos los ingredientes para mi receta de dificultad negativa. Qué es lo siguiente que necesitas? Tiempo! 
 
Si uno quiere, siempre encuentra tiempo. Pero hay que querer... Y no es que yo no quiera... es que siempre encuentro unas 235 cosas que me apetece más hacer que meterme en la cocina con el vinagre de arenque. Pero bueno, supongamos que está diluviando, las carreteras están cortadas, no hay internet ni teléfono, todos mis libros están en casa de alguna amiga y no consigo arrancar mi ordenador. Parece que no me queda otra, verdad? Vale, pues entonces cocino. 
 
Posiblemente me salga algo ingerible y habré empleado mi sábado en algo útil y me sentiré orgullosa de mí misma... Y qué mejor manera de celebrar todo esto? Limpiando la cocina! Porque sí, después de cocinar, los duendes nunca vienen, hay que limpiar! Total, que la broma te cuesta toda la mañana del sábado y media tarde poniendo orden en la cocina... Esto con el bocadillo de jamón no me pasa! 
 
Pues sabiendo esto como sé y conociéndome como me conozco, qué diréis que he hecho? He decidido aprender a cocinar como uno de mis dos propósitos de año nuevo. Y claro, los propósitos de año nuevo nunca, nunca, nunca se abandonan... Así que aquí estoy, intentando que al menos me salga una carbonara... Como dice mi madre: “poco a poco, poco a poco”.
 
Quién sabe, igual un día soy yo la que se lleva las manos a la cabeza...
 

Por qué no hablas alemán

Seguramente hayas llegado a Alemania con mucha curiosidad, ilusión por la nueva vida que te espera y con una enorme motivación por aprender alemán... Si tengo razón con las dos primeras, pero te falta la última, te lo garantizo, no vas a aprender alemán. 

Puede que tu falta de motivación esté relacionada con la dificultad del idioma. No lo discuto. Es verdad que el alemán es difícil. 

Que querer es poder, también es verdad. 

Igual has decidido vivir solo o con tu familia. O quizá te has decantado por un piso compartido, idealmente con alemanes. También puede que hayas optado, para empezar, por irte a vivir con gente de cualquier otra nacionalidad. Aquí no quiero ser pesimista, puede que no hablen inglés y que os veáis igualmente forzados a hablar alemán. Si no es el caso, tendrás una experiencia intercultural (o no) única, altamente recomendable... pero no contribuirá a tu inmersión lingüística. 

No te culpo, el mercado inmobiliario no está como para elegir... 

Puede que para paliar esta situación hagas un curso intensivo, o cuatro horas de clase a la semana junto con un par de tándems....O puede que pases las tardes (y las noches, y los fines de semana) con tus amigos españoles echándote unas risas y recordando tiempos mejores. Quizá también despotricando sobre lo difícil que es practicar el alemán que aprendes (o no) en clase y señalando cómo los elementos se han puesto en tu contra. Si este último es el caso, te lo pasarás muy bien, os echaréis unas risas y conocerás a mucha gente, tal vez de lo más interesante, pero tampoco aprenderás alemán. 

Puede que te hayas hecho el carnet de la biblioteca más cercana y que saques todas las semanas diez libros de vocabulario para niños, que devoras cada noche después de tus dos horas (mínimo) de clase. O puede que ni siquiera sepas cómo se dice biblioteca en alemán. 

Puede que veas constantemente televisión (o cine, o series) alemana, o que escuches la radio a todas horas. O puede que no. 

Puede que te hayas bajado (y uses) n-mil aplicaciones para reforzar vocabulario o gramática. O puede que seas más de "wasapear" en alguna lengua que ya hables.

Igual llegas a la conclusión de que no es culpa tuya, que tú has intentado por todas integrarte en la sociedad alemana, pero que claro, es taaaan dificil... Puede que sea difícil (es más, es difícil), pero, de verdad lo has intentado? Te has apuntado a alguna Verein? A algún curso de la Volkshochschule (además del de alemán)? Vas a las fiestas de tus vecinos? Se te ha ocurrido hacer un voluntariado en cualquiera de las ONG alemanas que trabajan con alemanes? O ir a cualquier asilo a dar conversación a los más que agradecidos ancianos, que no dudarán en hacerte parte de su vida (vida alemana, claro está)? 

Puede que te encuentres entre los primeros, que tu respuesta a cualquiera de las preguntas anteriores sea “sí”, en cuyo caso, estoy de acuerdo contigo: tú lo has hecho todo bien. Y por eso hablas alemán o lo hablarás muy pronto, estoy segura. 

Puede que te encuentres entre los segundos y que tu respuesta a todas las preguntas anteriores sea “no”. Si ese es el caso, no deberías darle más vueltas: no hablas alemán, porque no quieres hablar alemán. 

Así de sencillo.


Pura ciencia

  • Cariñuski mio, te has acordado de comprar la nuez moscada y el kilo de carne picada para la lasaña? 
  • [eins?] 
  • [ayudándole a hacer memoria] Sí, te lo he dicho esta mañana, en el desayuno. 
  • […] 
  • Sí, mientras preparabas el café. 
  • Ah! Ya, pero... es que... no puedes esperar que escuche todo lo que dices. 

Qué? qué os parece? He empezado a cocinar!! Es uno de mis propósitos de año nuevo: creo que ya he llegado a esa edad en la que una tiene que saber cómo tranformar una bola de carne picada en unas buenas albóndigas.

Ah sí, y luego está el hecho de que no puedo contar con que mi novio me escuche (al menos no a tiempo completo). Es mucho pedir! No voy a decir que no había notado algo. En ocasiones, a partir de un cierto número de frases, sobretodo cuando hablamos (=hablo) de temas altamente interesantes como la lista de la compra o el sexo de los ángeles, nuestras conversaciones acaban adoptando un cierto patrón:
  • He pensado que después del trabajo podríamos ir al supermercado directamente, sin pasar por casa. 
  • Aham 
  • Pilar se ha bajado una aplicación que enciende y apaga la tele
  • Aham
  • Mira, un tanque acaba de derribar la pared de la cocina!
  • Aham

    Y oye, pues una saca conclusiones. Esto nunca pasa cuando estamos decidiendo en qué irlandes vemos la final de la copa de Europa. No sé, es un fenómeno súper extraño.

    Como buena investigadora que soy, con algunos dotes detectivescos, recurro a LA herramienta universal por antonomasia para recabar información en torno a cualquier extraño fenómeno: Google. 

    Primera búsqueda: “mi novio no me escucha”

    El primer resultado no tiene desperdicio: “mi novio no me escucha, pero lo intenta”. Di que sí! A vender motos pondría yo a este hombre, pero ya! A lo que íbamos: la primera sorpresa es ver el ingente número de resultados... algunos incluso ofreciendo consejo para hacer que tu marido te escuche, como una entrada de wikihow (me parto!) en la que, tras compararte con ruido blanco, te explica qué hacer para que esto cambie.

    Tras unos minutos ojeando ésto y aquello, saco mi primera conclusión: la mayoría de “artículos” relacionan de alguna manera el hecho de “no escuchar” con una condición del individio: su género. 
    Qué revelación! Será verdad? Vuelvo a preguntar a google.

    Segunda búsqueda: escuchan las mujeres mejor que los hombres?

    Google responde a esta pregunta con su primera entrada: “¿por qué las mujeres escuchan mejor que los hombres?” Vaya, entonces, es verdad!! La cosa se pone interesante... Al parecer se han hecho varios estudios al respecto, que han demostrado diferencias en la actividad cerebral de unas y otros durante la escucha. Se junta el hambre con las ganas de comer: nosotras escuchamos con las dos partes del cerebro, mientras que ellos solo con una. Además, nuestra voz es “más compleja”, poniéndoselo aún más difícil al receptor mono-lobular.

    También, una vez más, te explican técnicas para conseguir que un hombre te escuche (de verdad, estoy a lagrimón puro!), como por ejemplo, no hablarle de frente, sino de lado (y esto con gráficos explicativos!!).

    [voy a poner un silencio aquí para que proceses todo lo anterior]

    Pues ya me quedo más tranquila! Si no puedo hacer la lasaña no es por culpa de Polanski, sino de su lóbulo cerebral derecho, que no se activa... Viene así de serie.

    Tras haberos hecho pensar (o no), os dejo con las moralejas de este post. Sí, hoy tenemos dos moralejas: si quieres que tu novio se acuerde de la lista de la compra, mándale un wasap. Y segunda y casi que más importante: el que se aburre es porque quiere!

    Y tú, de qué padeces? Escuchas o no escuchas? ;-p



    Queridos Reyes Magos

    No me preguntéis cómo una atea consagrada como yo puede ser tan devota de las fiestas navideñas (y de la semana santa, dicho sea de paso). No lo entiendo ni yo. Supongo que será una de las grandes paradojas de la humanidad, como la de Fermi o la de Olbers. O por qué vuelan los aviones, que añadiría Ned Flanders.

    No sé qué es exactamente: volver a casa, el calor del hogar, la familia, los villancicos, los niños, los Reyes Magos... como que me ablandan la sangre y consecuentemente se disuelve mejor la mala leche (esto puede que tenga lagunas en su fundamento científico, qué sé yo). Ni el despilfarro energético, ni la inminente operación bikini consiguen restarle encanto a las navidades. Solo hay algo, mejor dicho “alguien”, que no me termina de convencer: Papá Noel (que no San Nicolás!).

    Yo crecí en una navidad en la que Papá Noel prácticamente no existía. Se le veía colgado de una escalera intentando alcanzar el balcón de alguna que otra casa, pero poco más. Pasaba casi desapercibido. Ahora, a juzgar por los inputs recibidos de los hijos de mis amigas, parece ser el protagonista absoluto! Entiendo que en una batalla pragmática entre los Reyes Magos y Papá Noel tenga que ganar Papá Noel: te dan los juguetes antes y puedes jugar todas las navidades. Que sea una creación de Coca Cola quien los traiga versus tres sabios, capaces de predecir una doble conjunción planetaria hace dos mil años, es lo de menos. Lo importante es que lleguen antes!

    Ser de los Reyes Magos es visceral. Es como ser del Atleti: se es, aunque pierda. Pues vale que te traen los juguetes y al día siguiente tienes que ir al cole... pero, y qué? Generaciones varias crecimos (y jugamos!) así y no hemos salido tan mal (por favor, no opinéis sobre esto último...).

    Recuerdo mis Reyes Magos: todos los 6 de enero, a las 00:00:00, es decir, la media noche de la Noche del Roscón, curiosamente coincidiendo con el momento en que toda mi familia y mis primos cenaba en casa. Nos decían que los Reyes empezaban por allí, por eso llegaban a las 00:00:00. Sí, no-tan-niños de España, crecí pensando que los Reyes Magos empezaban por mi casa. Tenía sentido: por algún sitio tenían que empezar, no? Me parecía perfectamente lógico y razonable, además de creíble (no sé yo, de haber tenido internet por aquel entonces, si hubiese sido tan fácil de creer).

    Allí estaba la pequeña Servidora, esperando ansiosa a que el reloj diese la media noche... hasta que “toc, toc, toc”... los Reyes tocaban a la puerta!! Digo tocar, pero en realidad era “golpear brutalmente que parecía que la iban a echar abajo”. Alguien nos llamaba a todos los niños: “los Reyes! Los Reyes!” Asomada a la ventana nos decían: “mirad como se van, por allí, los veis?”. Allí no se veía nada de nada y mucho menos a los Reyes Magos... pero con el subidón veías luces, camellos y lo que hiciese falta.

    Y entonces, el momentazo: abrías la puerta y encontrabas montañas (sí, montañas!) de regalos cuidadosamente apilados con el nombre de cada niño en la cima (lo último que quieres es un malentendido en momentos como éste). Corrías hacia tu montaña que me río yo del 0 a 100 en tres segundos!
    • Paso 1: Identificar los blanditos, esos se abren al final.
    • Paso 2: Alguno de ellos tiene las dimensiones del juguete estrella que has pedido? IF “sí”, abrir inmediatamente!
    • Paso 3: Abrir el resto de paquetes paralelepípedos que queden (porque esos son los buenos!)
    • Paso 4: Ir a por los blanditos, por si acaso esta vez no fuesen pijamas, calcetines y demás.

    Qué ilusión era aquello! Estoy escribiendo y parece que lo esté viendo. Cuando tenga hijos, quiero que los regalos se los traigan los Reyes Magos, tal cual me los traían a mí... claro está, hasta que la presión social sea tal que no la pueda soportar y acabe recibiendo al trepaescaleras de Coca Cola.

    Mientras tanto, seguiré esperando a sus majestades los Reyes de Oriente, todos los 6 de Enero a las 00:00:00.