El arte

Por unas cosas y por otras, entre las que se incluye un enmarronamiento sin precedentes por parte de Komander, me ha tocado pasarme Semana Santa aquí, en la ciudad. Al mal tiempo (que también), buena cara! Ha sido interesante. Unos treinta aparcamientos libres delante de mi casa. Puedes cruzar las calles sin mirar. Si vas a cualquier restaurante fuera del centro, vacío. Si vas a cualquier restaurante en el centro, menú en inglés. En fin, como Madrid en agosto pero sin que se te derritan las suelas de los zapatos.

Polanski y yo hemos aprovechado para explorar un poco la ciudad, y hemos comenzado por la Pinakothek der Moderne: cuatro museos bajo un mismo techo. Qué os voy a decir. Como no me he pasado al campo de la guía lo haré breve: Colección de arte moderno. Espectacular exhibición de “historia del diseño”. Una obra de arte es en sí el edificio. La tienda, no tiene desperdicio.

Después de unas tres horas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, he conseguido reducir a 2 las obras de arte que más me han impresionado hoy:



Nótese el uso magistral del negro y del “negro claro”. Irrupciones de gris. El ángulo frente a la curva. La intersección. Tan familiar, que no le han quitado siquiera el fleco a la hoja tras arrancarla del cuaderno. Me quito el sombrero, sí señor.

Quizá seáis de la opinión de que como crítica de arte no me voy a poder ganar el pan. Estoy de acuerdo. Pero he aquí el descubrimiento del día: como artista, sí! Aquí va toda mi vanidad en forma de confesión: me veo a la altura de estas obras. Tal ha sido la inspiración que he recibido hoy que me he pasado toda la tarde ultimando mis creaciones. Separo mi obra (o "creación vespertina") en dos series:

1. La serie urbana, compuesta por “niños jugando en el jardín inglés” y “niños jugando en el jardín inglés con perro” (sí, hay cierta influencia germana en mi arte, que le voy a hacer).



2. La serie rural compuesta por “picnic junto al lago en día soleado” y “picnic junto al lago en día soleado observado por abejarruco”.

Como son mis primeras series, agradecería de todo corazón vuestras críticas y opiniones, que el jueves vienen a recogerlas los del Reina Sofia. 

Por último, y totalmente independiente de lo anterior (ejem, ejem), os dejo una reflexión, también procedente del museo:



"Esto es arte, o podemos tirarlo a la basura?"

Me tranquiliza que se planteen estas questiones.



Albóndigas con tomate

No es que se me de mal. Tampoco se me da bien. Yo diría simplemente, que no se me da. Y es que desde que el tiempo es tiempo, a mi siempre se me han ocurrido unas doscientas ochenta y tres mil cosas mejores que hacer que cocinar. Así sobreviví mis tiempos universitarios. A base de sandwiches de salchichas Frankfurt con ketchup, latas de atún y pasta, mucha pasta. Lo más cercano a cocinar que practiqué fue la extracción de pizza de congelador y posterior inserción en horno (lo tenía y tengo masterizado!) 
Image courtesy of Apolonia / FreeDigitalPhotos.net
Total, que ahora, con esto de que somos dos y Polanski de vez en cuando (muy de vez en cuando) me obsequia con delicatessens polacas, pues como que me va picando el gusanillo y he decidido comenzar con la experimentación culinaria.
En respuesta a un plato súper delicado polaco basado en hígado, manzana y cebolla para aburrir, y aprovechando la inmensa adaptación de Polanski a la cocina española, he decidido preparar unas albóndigas con salsa de tomate. Para ser exactos, fue justo cuando pasaba por la sección de cárnicos del supermercado que lo decidí: “voy a comprar carne picada y así hago unas albóndigas”. Eso es lo que le he oido decir a mi madre cientos de veces y, al día siguiente, aparecen unas albóndigas pachuparse los dedos. No sé qué hice mal... En fin, mejor no adelantarme a los acontecimientos.
Sábado por la mañana, servidora se pone manos a la obra. Rallo el tomate, frío el tomate. Corto cebolla, frío cebolla. Todo a la olla. Hasta aquí bien. Cojo la carne picada y hago bolas. A puntito estaba de echarlas a la sartén, cuando me atacó un atisbo de lucidez que me hizo llamar a mi madre para que me diese el visto bueno.

  • Hola mama!
  • Anda, mira que bien, justo quería yo que me corrigieses unos deberes de matemáticas...
  • No, mama, espera, que ahora no puedo. Estoy haciendo albóndigas
  • Albóndigas? Congeladas?
  • No mama, las estoy haciendo yo! He comprado carne picada.
  • [silencio al otro lado de la línea]
  • Mama?
  • Sí, sí hija, aquí estoy. Qué le has echado a la carne?
  • Sal y pimienta
  • Ya, pero para hacer las albóndigas?
  • Carne? [Lo admito, podría haber hecho uso de internet previo a la lista de la compra ...]
  • Sí bueno, pero tendrás que añadirle el huevo, el pan, el peregil y unos piñones...
  • Uhm. No tengo ni huevo, ni peregil, ni por supuesto piñones, pero tengo aquí unas rebanadas de pan de molde...
  • [más silencio] Y para la salsa? Qué le has echado a la salsa?
  • Tomate y cebolla
  • Podrías freir una hojita de laurel...  
  • Mama, conociéndome no sé como puedes ni tan siquiera pensar que una hoja de laurel haya jamás entrado en mi cocina! [es más, si tengo cocina es porque venía con la casa] 
  • Bueno, con tomate y cebolla también estará bueno...
Algo desalentada vuelvo a mis bolas de carne dispuesta a adentrarme en el campo de la improvisación y a hacer malabarismos con todo ingrediente no caducado que pueda encontrar en mi cocina. Detrás de las manzanas, algo mustia, encuentro una patata. A la cazuela! En uno de los cajones aparece medio ajo. A la sartén con las albóndigas!! Y como siempre he visto en la tele que estas cosas se arreglan con vino, le echo media botellita a la salsa. 
En fin, supongo que el atento lector no necesitará mucha más información sobre los hechos para hacerse una idea de lo que salió de aquella cazuela. Ves las albóndigas de la foto? Pues nada que ver!
Y allá va mi pobre cobaya, en lo que no puede ser considerado más que una muestra extrema de agradecimiento, y me dice: uhm! Que ricas las albúndigas!
Solo espero que Polanski haya olvidado esta experiencia para cuando pruebe las albóndigas de mi madre, y no pueda comparar...

El corral de la Pacheca

Imagen de pixabay.com
Oculto en lo más recóndito de Baviera, se convierte en mi lugar de penitencia peregrinaje cinco días a la semana. Allí me aventuro cada mañana, sola y desalentada, sin más compañía que mi audiocurso de polaco. Tras casi una hora de viaje, entre la maleza, lo veo aparecer: bienvenidos a Mordor GmbH, mi curro. 

Al contrario de lo que nos han hecho creer, Mordor no es un oscuro feudo de la Tierra Media, sino una “seria” organización cuya sede central se distribuye a lo largo y ancho de cuatro edificios, de nombres Norte, Sur, Este y Oeste, de modo que si te colocas en el centro de los cuatros y miras hacia el Norte ves... la carretera. Solo si te giras un poco hacia el Oeste encontrarás el edificio. Como pensar es gratis (quién lo diría!), pienso yo: era esta incoherencia realmente necesaria? No les podrían haber llamado 1, 2, 3 y 4 o A, B, C y D o, si realmente tienen que permanecer afines a los puntos cardinales, Nordeste, Noroeste, Sudeste y Sudoeste? Pues no, sin ningún tipo de escrúpulo van y me bautizan como Norte y Este a dos edificios con la mismita latitud. Y podrán dormir por las noches...

Es en la segunda planta de este erróneamente llamado edificio Norte donde se encuentran las oficinas del equipo B. Pero Servidora no se limita al edificio Norte, no. A pesar de que todo lo que yo necesito se encuentra precisamente en este edificio, es más que habitual que los meetings de la muerte ocurran en cualquier otro de los edificios, sin ton ni son. Resulta de lo más normal que ocho personas del edificio Norte se desplacen en manada al edificio Oeste para una reunión. Eficiencia en estado puro. Que oye, en verano incluso se agradece que te un poco el sol y el aire, pero es que en invierno hay veces que nos toca traernos el trineo para cruzar la plazoleta, que llegamos y nos falta clavar una banderita, cual si hubiésemos conquistado el polo Sur (o Sudeste en este caso).

Como os podéis imaginar, cuatro edificios de siete plantas dan para mucho: incontables salas de reunión, cuatro salas de conferencias, unas mil oficinas... Pero hay una sala que destaca por encima de todas las demás, ya que es allí donde se corta el bacalao. Si realmente quieres enterarte de algo, decisiones de la directiva, despidos en los próximos meses, planes de inversión, informaciones confidenciales y un largo etc, deberás dirigirte a la cuarta planta de mi edificio, a una pequeña habitación señalada por el cartel de “cafetería” o como yo la llamo “El corral de la Pacheca”.

Lástima que haya tardado tanto en descubrir el potencial divulgativo de esta sala. Para qué perder tiempo leyendo emails con informaciones contradictorias si puedes pasarte por aquí y enterarte de todo de un plumazo? Tengo calculado que diez minutos de corral te cunden lo que un meeting y veinte emails. Viva la comunicación 1.0!

Fíjate si son conscientes del poder del corral de la Pacheca, que la última inversión de Mordor GmbH ha sido una máquina de café valorada en 15.000 euros, la cual, con toma de agua independiente, filtro de cal y surtidor de café automático, te da... un café. Todo el día estuvo clausurada la sala para que se efectuase la instalación. Al fin, a eso de las seis de la tarde y en condiciones desérticas (ya sabéis, tan solo el estepicursor por los pasillos) me acerco víctima de la curiosidad a conocer al portento. Para mi sorpresa, resulta que no soy la única en el edificio. Junto al portento se encuentra el técnico responsable de su instalación:

- Hombre, pero aún sigue usted aquí? Si ya se ha ido todo el mundo! Aún no está instalada?
- No señorita, la instalación ya está terminada... pero yo no me muevo de aquí hasta que alguien de la compañía pruebe el café y le de el visto bueno. 

Casi me cae la lagrimilla ante este desplante de competencia y responsabilidad profesional. Y por qué no ficharemos a trabajadores como éste, me pregunto yo?
El café, por supuesto, buenísimo.