Pura ciencia

  • Cariñuski mio, te has acordado de comprar la nuez moscada y el kilo de carne picada para la lasaña? 
  • [eins?] 
  • [ayudándole a hacer memoria] Sí, te lo he dicho esta mañana, en el desayuno. 
  • […] 
  • Sí, mientras preparabas el café. 
  • Ah! Ya, pero... es que... no puedes esperar que escuche todo lo que dices. 

Qué? qué os parece? He empezado a cocinar!! Es uno de mis propósitos de año nuevo: creo que ya he llegado a esa edad en la que una tiene que saber cómo tranformar una bola de carne picada en unas buenas albóndigas.

Ah sí, y luego está el hecho de que no puedo contar con que mi novio me escuche (al menos no a tiempo completo). Es mucho pedir! No voy a decir que no había notado algo. En ocasiones, a partir de un cierto número de frases, sobretodo cuando hablamos (=hablo) de temas altamente interesantes como la lista de la compra o el sexo de los ángeles, nuestras conversaciones acaban adoptando un cierto patrón:
  • He pensado que después del trabajo podríamos ir al supermercado directamente, sin pasar por casa. 
  • Aham 
  • Pilar se ha bajado una aplicación que enciende y apaga la tele
  • Aham
  • Mira, un tanque acaba de derribar la pared de la cocina!
  • Aham

    Y oye, pues una saca conclusiones. Esto nunca pasa cuando estamos decidiendo en qué irlandes vemos la final de la copa de Europa. No sé, es un fenómeno súper extraño.

    Como buena investigadora que soy, con algunos dotes detectivescos, recurro a LA herramienta universal por antonomasia para recabar información en torno a cualquier extraño fenómeno: Google. 

    Primera búsqueda: “mi novio no me escucha”

    El primer resultado no tiene desperdicio: “mi novio no me escucha, pero lo intenta”. Di que sí! A vender motos pondría yo a este hombre, pero ya! A lo que íbamos: la primera sorpresa es ver el ingente número de resultados... algunos incluso ofreciendo consejo para hacer que tu marido te escuche, como una entrada de wikihow (me parto!) en la que, tras compararte con ruido blanco, te explica qué hacer para que esto cambie.

    Tras unos minutos ojeando ésto y aquello, saco mi primera conclusión: la mayoría de “artículos” relacionan de alguna manera el hecho de “no escuchar” con una condición del individio: su género. 
    Qué revelación! Será verdad? Vuelvo a preguntar a google.

    Segunda búsqueda: escuchan las mujeres mejor que los hombres?

    Google responde a esta pregunta con su primera entrada: “¿por qué las mujeres escuchan mejor que los hombres?” Vaya, entonces, es verdad!! La cosa se pone interesante... Al parecer se han hecho varios estudios al respecto, que han demostrado diferencias en la actividad cerebral de unas y otros durante la escucha. Se junta el hambre con las ganas de comer: nosotras escuchamos con las dos partes del cerebro, mientras que ellos solo con una. Además, nuestra voz es “más compleja”, poniéndoselo aún más difícil al receptor mono-lobular.

    También, una vez más, te explican técnicas para conseguir que un hombre te escuche (de verdad, estoy a lagrimón puro!), como por ejemplo, no hablarle de frente, sino de lado (y esto con gráficos explicativos!!).

    [voy a poner un silencio aquí para que proceses todo lo anterior]

    Pues ya me quedo más tranquila! Si no puedo hacer la lasaña no es por culpa de Polanski, sino de su lóbulo cerebral derecho, que no se activa... Viene así de serie.

    Tras haberos hecho pensar (o no), os dejo con las moralejas de este post. Sí, hoy tenemos dos moralejas: si quieres que tu novio se acuerde de la lista de la compra, mándale un wasap. Y segunda y casi que más importante: el que se aburre es porque quiere!

    Y tú, de qué padeces? Escuchas o no escuchas? ;-p



    Queridos Reyes Magos

    No me preguntéis cómo una atea consagrada como yo puede ser tan devota de las fiestas navideñas (y de la semana santa, dicho sea de paso). No lo entiendo ni yo. Supongo que será una de las grandes paradojas de la humanidad, como la de Fermi o la de Olbers. O por qué vuelan los aviones, que añadiría Ned Flanders.

    No sé qué es exactamente: volver a casa, el calor del hogar, la familia, los villancicos, los niños, los Reyes Magos... como que me ablandan la sangre y consecuentemente se disuelve mejor la mala leche (esto puede que tenga lagunas en su fundamento científico, qué sé yo). Ni el despilfarro energético, ni la inminente operación bikini consiguen restarle encanto a las navidades. Solo hay algo, mejor dicho “alguien”, que no me termina de convencer: Papá Noel (que no San Nicolás!).

    Yo crecí en una navidad en la que Papá Noel prácticamente no existía. Se le veía colgado de una escalera intentando alcanzar el balcón de alguna que otra casa, pero poco más. Pasaba casi desapercibido. Ahora, a juzgar por los inputs recibidos de los hijos de mis amigas, parece ser el protagonista absoluto! Entiendo que en una batalla pragmática entre los Reyes Magos y Papá Noel tenga que ganar Papá Noel: te dan los juguetes antes y puedes jugar todas las navidades. Que sea una creación de Coca Cola quien los traiga versus tres sabios, capaces de predecir una doble conjunción planetaria hace dos mil años, es lo de menos. Lo importante es que lleguen antes!

    Ser de los Reyes Magos es visceral. Es como ser del Atleti: se es, aunque pierda. Pues vale que te traen los juguetes y al día siguiente tienes que ir al cole... pero, y qué? Generaciones varias crecimos (y jugamos!) así y no hemos salido tan mal (por favor, no opinéis sobre esto último...).

    Recuerdo mis Reyes Magos: todos los 6 de enero, a las 00:00:00, es decir, la media noche de la Noche del Roscón, curiosamente coincidiendo con el momento en que toda mi familia y mis primos cenaba en casa. Nos decían que los Reyes empezaban por allí, por eso llegaban a las 00:00:00. Sí, no-tan-niños de España, crecí pensando que los Reyes Magos empezaban por mi casa. Tenía sentido: por algún sitio tenían que empezar, no? Me parecía perfectamente lógico y razonable, además de creíble (no sé yo, de haber tenido internet por aquel entonces, si hubiese sido tan fácil de creer).

    Allí estaba la pequeña Servidora, esperando ansiosa a que el reloj diese la media noche... hasta que “toc, toc, toc”... los Reyes tocaban a la puerta!! Digo tocar, pero en realidad era “golpear brutalmente que parecía que la iban a echar abajo”. Alguien nos llamaba a todos los niños: “los Reyes! Los Reyes!” Asomada a la ventana nos decían: “mirad como se van, por allí, los veis?”. Allí no se veía nada de nada y mucho menos a los Reyes Magos... pero con el subidón veías luces, camellos y lo que hiciese falta.

    Y entonces, el momentazo: abrías la puerta y encontrabas montañas (sí, montañas!) de regalos cuidadosamente apilados con el nombre de cada niño en la cima (lo último que quieres es un malentendido en momentos como éste). Corrías hacia tu montaña que me río yo del 0 a 100 en tres segundos!
    • Paso 1: Identificar los blanditos, esos se abren al final.
    • Paso 2: Alguno de ellos tiene las dimensiones del juguete estrella que has pedido? IF “sí”, abrir inmediatamente!
    • Paso 3: Abrir el resto de paquetes paralelepípedos que queden (porque esos son los buenos!)
    • Paso 4: Ir a por los blanditos, por si acaso esta vez no fuesen pijamas, calcetines y demás.

    Qué ilusión era aquello! Estoy escribiendo y parece que lo esté viendo. Cuando tenga hijos, quiero que los regalos se los traigan los Reyes Magos, tal cual me los traían a mí... claro está, hasta que la presión social sea tal que no la pueda soportar y acabe recibiendo al trepaescaleras de Coca Cola.

    Mientras tanto, seguiré esperando a sus majestades los Reyes de Oriente, todos los 6 de Enero a las 00:00:00.