La ayuda

Conversación en wasap con una amiga mía:
  • Servidora, qué haces esta tarde?
  • Pues tengo clase de polaco y después había quedado para cenar, por?
  • Ah, vale. Cancela todo eso y te vienes a casa a recogerme. Necesito que me saquen de aquí!

Se trata de una mujer de mediana edad, recientemente operada, madre de tres criaturas e hija de dos almas cándidas que no han dudado en venirse a Alemania, Pepe, a echarle una mano a su querida vástaga en tan delicadas circunstancias.

Cocinando, que es gerundio

A menudo me veo en una situación en la que, por algún que otro motivo, acabo mencionando que no me gusta cocinar y que por lo tanto, no cocino. Y yo me pregunto: si hay gente a la que no le gusta el cine (=inaudito) o el chocolate (=increíble) o incluso Pulp Fiction (=sin comentarios), por qué siempre hay alguien que se lleva las manos a la cabeza cuando digo que no me gusta cocinar? 
 
  • Que no te gusta cocinar? Pero si es súper relajante! 
 
Relajante? A ver, si yo entrase en mi cocina y encontrase, cual Arguiñano, todos los cuencos preparados encima de la mesa, limpia y reluciente, ordenados según la receta, con los tomates a rodajas, el puerro bien picadito, las zanahorias en juliana, los 200 gramos de harina (no de cualquier harina, sino de la que la receta te pide) ya pesados, etc, etc. Si yo tuviese picadora, 33 tipos de cuchillos, moldes en forma de reno, lavavajillas con capacidad industrial, una cámara web conectada a una central que me recordase cada dos por tres que no se me olvide echar la sal... Si tuviese un documento firmado con sangre en el que me asegurasen que, de alguna manera, después de cocinar, unos duendes mágicos van a venir a mi cocina y la van a dejar reluciente... entonces, y solo entonces, creo que estaría de acuerdo en que cocinar es un placer. 
 
Pero esa no es la realidad... El proceso de “cocinar” es bien distinto. Empieza en el supermercado, estarás pensando. Pues no, empieza incluso antes: primero tienes que decidirte a cocinar (que no es poco). Después, tienes que determinar qué cocinas. Cuando ya sabes lo que quieres cocinar, tienes que preguntar a internet y establecer cómo de factible es que una pobre ignorante culinaria como tú pueda llevar a cabo satisfactoriamente esa receta. Supongamos que encuentras una con media estrella de dificultad apta para ti. Entonces es cuando vas al supermercado. 
 
Si la receta es de una tortilla a la francesa, me veo capaz de encontrar los ingredientes yo solita..., pero qué pasa si necesito un tipo de seta especial, vinagre de arenque o, como me pasó una vez, cremor tártaro, que vete a saber tú dónde venden eso. Es más, qué es eso? Qué diccionario me lo traduce al alemán? 
 
En aras de avanzar con el argumento, supongamos que encuentro todos los ingredientes para mi receta de dificultad negativa. Qué es lo siguiente que necesitas? Tiempo! 
 
Si uno quiere, siempre encuentra tiempo. Pero hay que querer... Y no es que yo no quiera... es que siempre encuentro unas 235 cosas que me apetece más hacer que meterme en la cocina con el vinagre de arenque. Pero bueno, supongamos que está diluviando, las carreteras están cortadas, no hay internet ni teléfono, todos mis libros están en casa de alguna amiga y no consigo arrancar mi ordenador. Parece que no me queda otra, verdad? Vale, pues entonces cocino. 
 
Posiblemente me salga algo ingerible y habré empleado mi sábado en algo útil y me sentiré orgullosa de mí misma... Y qué mejor manera de celebrar todo esto? Limpiando la cocina! Porque sí, después de cocinar, los duendes nunca vienen, hay que limpiar! Total, que la broma te cuesta toda la mañana del sábado y media tarde poniendo orden en la cocina... Esto con el bocadillo de jamón no me pasa! 
 
Pues sabiendo esto como sé y conociéndome como me conozco, qué diréis que he hecho? He decidido aprender a cocinar como uno de mis dos propósitos de año nuevo. Y claro, los propósitos de año nuevo nunca, nunca, nunca se abandonan... Así que aquí estoy, intentando que al menos me salga una carbonara... Como dice mi madre: “poco a poco, poco a poco”.
 
Quién sabe, igual un día soy yo la que se lleva las manos a la cabeza...