El bosque cementerio

Una nada despreciable cantidad de individuos, la mayoría, ante la posibilidad de mudarse a vivir al lado de un cementerio, contestarán con elusivas incluyendo vocablos del tipo: “grima”, “mal rollo”, “yuyu”, “lagarto, lagarto” y suma y sigue. En algún momento yo fui una de ellas, pero todo eso cambió en Irlanda, donde descubrí lo increíblemente bonito e inspirador que puede resultar un cementerio. Y ahora, viviendo al lado del más bonito de Munich, palabras como “yuyu” o “mal rollo” son las últimas que me vienen a la cabeza.

Por un lado, indiscutible, está la proximidad a la muerte. Si bien todos entendemos que tarde o temprano nos va a tocar, en ocasiones, juzgando por la facilidad con la que empleamos el término “problema”, parece que se nos olvida. A veces, desgraciadamente, nos tiene que pasar algo realmente duro para que las trivialidades que nos abruman cada día recuperen el nivel de insignificancia que realmente les corresponde en la escala de valores de nuestra vida.

Cada vez que entro (y sobretodo, salgo) de este lugar, siento que mis prioridades vuelven a su sitio y cada cosa tiene la importancia que tiene, ninguna más. Y también, escribo entradas como esta... Posiblemente (sin duda) lo vea así porque no son los míos a los que entierran aquí cada día. Pero éstos también han caído y seguirán haciéndolo. Y si mi dolor sirve para que otros aprecien más la vida, pues qué mejor salida.

Luego está la paz. “Friedhof” (“cementerio” en alemán) literalmente traducido, significa “patio de paz”. Y en el bosque cementerio, la paz es tanta que no cabe. Las tumbas, muchas centenarias, a veces pequeños panteones, están perfectamente integradas en el paisaje, en absoluta armonía. Si te pierdes lo suficiente como para llegar al centro, encontrarás un lago rodeado de espacio y de silencio. Y si normalmente es precioso, en otoño es que no tengo palabras. 
Para que veáis que no exagero lo más mínimo, aquí dejo algunas de las fotos que he tomado estos días.








"Food for thought" para esta tarde de domingo:

“Aprende como si fueras a vivir para siempre. Vive como si fueras a morir mañana.”
Mahatma Gandhi


Mamá 3G


Recuerdo perfectamente la campaña promocional que me tuve que currar, allá por los tardíos noventa, para convencer a mi madre de la necesidad de un microondas. Allí estaba ella, calentando la leche con el cazo, calentando el agua con el cazo, calentando la comida de ayer… lo adivináis? con el cazo! Doce cazos para fregar al día.

- Mamá, te conviene comprarte un microondas.
- Eso da cáncer.

Tontería era, de ahí no la sacaba. Al final, lo compré yo, lo puse en la cocina y comencé a utilizarlo delante de ella y su cazo. Le costó, cierto, pero, cual perrillo curioso, poco a poco se fue acercando y ahora son inseparables.

Tres cuartos de lo mismo pasó hace dos años con la tostadora. Viendo que cada día sacaba la plancha para hacerse sus tostadas, media hora por tostada, le comenté:

- Mamá, te conviene comprarte una tostadora.
- Una tostadora? Pa qué?

Erre que erre. Qué tuve que hacer? Comprarla yo (empiezo a pensar que lo que es es muy, muy lista). En mi siguiente visita la tostadora ya era una más de la familia:

- Es que tu padre prefiere las tostadas de la tostadora [y ella también, solo que no cree necesario mencionarlo].

Bueno pues, con estos antecedentes de adaptación tecnológica, casi que me daba miedo sacarle el tema…, así que para mi última operación me armé de arriba abajo, cargada de argumentos irrefutables sobre las ventajas del 3G. Hará cosa de un mes:

- Mamá, te conviene comprarte un móvil 3G.
- Yo había pensado que mejor uno con wasap…

Toma ya! Esa misma madre enemiga acérrima de la tecnología, me dice que quiere un móvil, pero con wasap(!!), que todas sus amigas lo tienen y ella quiere tener también. Hay que j#derse!!

Allá que nos vamos de compras, a dar el salto del ladrillo (no, no estoy exagerando) al 3G nada menos. Los trasteamos todos. “Este es muy pequeño”, “aquí no me apaño yo para escribir”, “pero hay que tocar la pantalla y ya está?”

Tras varias horas (sigo sin exagerar), encontramos uno a cuyas dimensiones mi madre parece dar el beneplácito. Lo peor estaba por venir: el curso de usuaria.

Sin ánimo de entrar en detalles, solo diré que me volví a Alemania dejando atrás una pila de procedimientos, Servidora-made: “wasap paso a paso”, “Skype y yo”, “correo electrónico para dummies”, “cómo mandar fotos en tres pasos” y a una madre saturada y temblorosa tras la inmersión en la pantalla táctil y el mundo de las aplicaciones.

Y entonces se obró el milagro…

No sé a qué entrenamiento la han sometido sus amigas o, sobretodo, su peluquera, pero ahora manda varias fotos a la vez, sabe reenviar, quiere abrirse una cuenta de “feisbur”, domina varias aplicaciones abiertas simultáneamente y me spammiza a más no poder con todo tipo de “y si no lo mandas a siete personas más, tu perro será atropellado”. Ah, y eso sin mencionar su nueva faceta “escaneadora”-compulsiva, consistente en fotografiar foto a foto álbumes enteros para su posterior distribución via wasap.

Quién la ha visto y quién la ve! [yo, en skype, todos los días]