Un domingo alarmante

Domingo por la mañana. No sé qué hora es, pero sé que es temprano. Lo sé porque estoy retozando tranquilamente en la cama, calentita, sin mayor preocupación que girar de lado a lado y volverme a dormir.

De repente, suena el timbre. “Ya están los de las biblias”, pienso. Ah no, espera, que es domingo. Vuelve a sonar el timbre. Para cuando se levanta Polanski y se asoma a la ventana, el timbre ya ha sonado unas tres veces. Son dos señores, me dice. “Buff, los de las biblias, que ahora también trabajan los domingos”, sigo pensando.