Quién me manda a mí!

La brillante idea se me ocurrió en pleno periodo hormonal, posiblemente en uno de los picos. Me crecí en ausencia de mis plenas facultades mentales (todo lo plenas que pueden llegar a estar, se entiende) y se me antojó conveniente el refrescar el correcto (subrayo correcto, versus lo que hago ahora) uso de preposiciones, declinación de adjetivos y demás minucias de las que hasta ahora no me he preocupado porque, total, incluso con preposiciones aleatorias, entenderme me entienden.

Resumiendo, me he apuntado a un curso de alemán. Había tres “sabores” para elegir: dos horas a la semana, intensivo fin de semana y luego estaba el súper-intensivo-no-nos-dejamos-ni-una-coma. Podría haberme decantado por el primero..., pero no, a la servidora hormonada y mega-motivada pre-vomiteras le pareció mucho más atractivo el curso súper-intensivo-no-nos-dejamos-ni-una-coma, que me debería haber tirado patrás solo con leerlo... [Nota mental: no volver a tomar decisiones bajo efecto hormonal]

Y allí que aparezco. Lo primero que observo es que saco unos quince años al 90% de alumnos, todos ellos estudiantes universitarios con la mejor de las motivaciones: la necesidad.

A continuación se presenta mi profesora, que resulta ser la respuesta a una pregunta que nunca me hice: qué pasaría si Komander tuviese una hermana gemela? Pues ésta sería mi profesora de alemán! Mira que he tenido profesoras de alemán a lo largo de mis once años en este país, todas ellas dulces y primorosas sin excepción... Pues se acabó lo que se daba.

El primer día nos dio una serie de normas que debíamos seguir a rajatabla durante el curso: no sentarnos dos veces en el mismo sitio (no vayamos a hacer amigos...), comenzar a hacer los ejercicos cuando ella nos diga (ni antes, ni después), hablar siempre con la cabeza alta (es decir, sin mirar a la mesa, aunque estés leyendo), puntualidad militar (admito que ésta me pareció apropiada), no hablar con las manos en la cara (porque es de mala educación), no escribir nunca con lápiz (ni siquiera para tomar nuestros propios apuntes!), escribir las redacciones sólo por una cara (que le den al planeta), y así suma y sigue...

Aquí fue cuando comencé a reflexionar: “y qué necesidad tengo yo de todo esto?”

Aún descontando el tiempo del “adoctrinamiento”, salí de mi primer día con siete folios de ejercicios para el día siguiente, uno de los cuales, una redacción de 200 palabras. Además, me tengo que aprender una lista (=muchos) de verbos con sus respectivas preposiciones... Piedad!! Que yo ya no estoy para estos trotes...

El primer día no fue una excepción. Los siguientes no decepcionaron y la “carga de deberes” se ha mantenido constante día a día, semana a semana. Menos mal que ya queda poco...

Moralejas de ésta historia: ya no tengo veinte años y sí, el hábito de estudio, así como la paciencia, se pierde. Solo espero acordarme de esto el día en que se me vuelva a pasar por la cabeza apuntarme a otro súper-intensivo de lo que sea...

2 comentarios:

  1. Si es que las hormonas... Aprovecha ahora porque después de dar a luz perderás por completo la memoria. Hasta pasados unos meses. O años!

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    1. Ya me dolería, con lo que me ha costado aprenderme todas esas preposiciones... Confío en que, al cabo de los años, vuelvan ;-p

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