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A
día de hoy, dos son los vuelos que ha perdido servidora. El primero fue hace un
par de años en Madrid y el segundo, ahora mismo.
Rebobinemos
seis horas. Servidora sale de casa feliz y contenta porque es navidad y se va a
casa con mama que le hace paella rica, rica. Se dirige a la estación donde
cogerá un autobús que la llevará al aeropuerto. Hasta aquí bien, la primera
parte del plan se ha cumplido a la perfección.
Ya
en el autobús procedo al ritual de lectura que me sumirá en un letargo, que
normalmente durará hasta que abran al puerta y entre el frío mortal alemán. Sin
embargo esta vez el letargo se ve interrumpido mucho antes, al poco de entrar
en la autovía. Un atasco de aquí a Parla! Avanzamos poco a poco hasta que por
fin adelantamos el “accidente” que ha causado todo este follón.
Escribo
“accidente” y no accidente porque en Alemania son dos cosas distintas. Un
“accidente” es lo que en España llamamos besito. En España le das, sin querer,
un besito al coche de delante, bajáis los dos conductores, miráis que no ha
pasado nada y hala, cada mochuelo a su olivo. En Alemania bajan los dos
conductores, miran que no ha pasado nada y acto seguido inmovilizan la autovía,
la ciudad y el país si hace falta, hasta que venga el CSI a analizar las
pruebas.
En
fin, que un besito alemán de éstos causa el primer retraso de la jornada.
Una
vez pasado el atasco, la ruta se presenta limpia y esperanzadora. Todo apunta a
que llegaré a tiempo hasta que, a unos tres kilómetros del aeropuerto, el
autobús empieza a hacer un ruidito poco alentador. Pálidos, los pasajeros nos
miramos unos a otros con la expresión del que se teme lo peor. En efecto, en
cuestión de segundos, se para el autobús.
Pasada
la sorpresa y confusión inicial, comienza la marimorena. Aaaaahhhhh! Una jungla
de voces en todos los idiomas. Que ha pasado? Se ha roto el autobús? Cree usted
que llegaremos a tiempo? Entre el guirigay alcanzo a escuchar a otro español
que desesperadamente grita al conductor: “trata de arrancarlo, Karl, trata de
arrancarlo!!!”. Pero no, Karl no arranca el autobús y desde allí ve servidora
salir, puntual, su avión rumbo a la paella.
En
una maniobra sin precedentes, la compañía de autobús consigue traernos al
aeropuerto, desde donde escribo, dos horas después de la salida de mi vuelo. No
estoy despotricando cual bestia parda gracias a que se han apiadado de nosotros
y, tras el testimonio de los del autobús, nos han colocado en un vuelo que sale
en otras tres horas.
En
fin, ya estará fría, pero le he dicho a mi madre que me guarde la paella para
la cena.
Podría haber sido peor... imagina que vuelas con Iberia...
ResponderEliminarBuff, lagarto, lagarto!!!
EliminarY yo que pensaba que el S-Bahn era el modo más seguro de conseguir llegar tarde al aeropuerto ... la verdad que lo de la compañia se han hecho querer, teniendo en cuenta, que a las fechas a las que estamos, seguro que en el avión que visteis alejarse pudieron llevar a dos alfileres que se habían quedado en tierra en el vuelo de la mañana ...
ResponderEliminarPues sí, el S-Bahn también me ha patrocinado grandes momentos... Ya haré una retrospectiva!
EliminarBueno, y tras la odisea, como esta la paella de Mama?
ResponderEliminarTras la odisea, más "leka leka" aún si cabe!
EliminarPese a haber llegado al fin del periodo idilico de reconvivencia... ;P
EliminarNi el ir descalza, ni la guitarrica de fondo, ni el vigésimo quinto western de la semana me fastidia a mi la paella de mi madre, leñe!
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