Un día de perros

Según la escala de cada uno, puede haber diversidad de opiniones a la hora de definir qué es “tener un día de perros”. Vas al trabajo y te despiden? Pues sí, un día de lo más torcido. Vas a la peluquería y te hacen el pelo que quería la clienta de al lado? Pues según a quién le preguntes (y según qué quiera la clienta de al lado). Se te rompe el tacón de la sandalia? Gilipollez (incómoda, pero gilipollez al fin y al cabo).

Pero, un día en el que, después de pasarte media jornada laboral defendiendo los derechos de gays y lesbianas (situación surrealista donde las haya), coges el tren de vuelta a casa a las siete de la tarde, recoges tu bici de la estación, empiezas a pedalear camino a casa, pinchas la rueda trasera a medio camino (mal año para mis ruedas!), sigues andando y cuando estás a tres manzanas, comienza a llover (pídele cuentas a Murphy), llegas a casa a remojo cual torrija y cuando tiras a abrir la puerta, se te parte la llave en la cerradura... Por encima de toda duda razonable, creo que estaremos de acuerdo en calificar tal día como un día de perros “de libro”. 

Y ahí estoy yo, con cara de tonta, para escurrir, mirando la cerradura. Tenía que pasar. La llave estaría certificada para, pongamos, 50000 usos y este era el 50001. Matemática pura... o refranero popular: lo que no pasa en cien años, pasa en un día. Nada personal.

Metido en un bolsillo del “sub_bolso” en un compartimento de la compleja estructura que es el bolso de una mujer, mi móvil ha sobrevivido al aguacero. Llamo al cerrajero que, como después descubriré, al ser las 20:01, la tarifa a aplicar ya no es la “normal” sino la “golden-plus”, también conocida como “púa-total”. 

El cerrajero es un hombre de pocas palabras más bien tirando a ninguna. Entiende rápidamente, supongo que por el charco, de qué puerta se trata. La ausculta, prueba con una lámina de plástico, luego con un alambre de su caja de herramientas. Vamos, nada que no pudiese haber hecho yo con una tarjeta de crédito y un clip. No funciona. 

Sin mediar palabra, deja la puerta y se dirige pasillo arriba hacia la escalera. Intuyo que necesita algo del coche. A punto estaba de decirle que se le olvidaban las llaves en la caja de herramientas cuando, para mi estupor, veo que el señor de dos metros y unos 120 kilos de peso se gira y se dirige hacia mi a toda velocidad. Bang! Patada a la puerta, puerta abierta, cerradura y trozo de pared adheridos a la puerta. 

  • Son doscientos euros [ahora sí que habla]. 

Cara de poema la mía. Imaginaros a un niño al que le acaban de quitar vilmente su helado, pues igual. Con un hilo de voz y sin apenas creer lo que acabo de presenciar, pregunto: 

  • Y la puerta, quién la paga?

Ni lo sabe, ni le importa.

En días de perros de libro como éstos, torcidos a más no poder, con el humor por los suelos, una mala leche importante y la vena homicida a reventar, solo hay una cosa que puedes hacer: Fackitol más que nunca! Cierras tu puerta con una toalla y un trozo de precinto MacGyver-style y te vas al centro a buscar a tu novio.

Tal alineación planetaria hay que celebrarla!


3 comentarios:

  1. Hay varias cosas que no termino de comprender, como suele pasar en las películas de terror que no entiendo en tu historia:
    Era el cerrajero gay o lesbiana?
    Es la moraleja de la historia que debemos utilizar en el trabajo preferentemente en lo que destacamos sobre los demas, en este caso los 2 metros?
    Se hizo Corcuera millonario?
    Porque te atreviste a salir de casa otra vez en un día como este?
    Le va a pasar algo a Polanski por no estar en casa a las 20:02?

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    1. - No te he dicho que era de pocas palabras?
      - En el trabajo debes utilizar todo lo que te convierta en un perfecto inútil. No lees la guía?
      - ... (música de twin peaks)
      - Ya sabes, vivo al límite!
      - Te tranquilizará saber, que Polanski está a salvo. Mientras se encargue del cajón de los calcetines... nada tiene que temer :-)

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