La señora Molinero

Es “tremendamente grato” que tires a arrancar tu coche y un misterioso y complejo sistema de fallos eléctricos no solo haga saltar la alarma, sino que además la mantenga sonando después de apagar el motor. Decibelio puro a diestro y siniestro! Y por supuesto esto pasa estando aún sin bici (al igual que a Jeffrey Lebowski con su alfombra, a mi también me han dicho que tienen a sus mejores hombres buscando mi rueda). 

Toco todos los botones que encuentro, y nada. Abro el capó, y me quedo igual que estaba porque no sé que tocar. Desde mi limitado conocimiento de usuaria, identifico unos tres o cuatro sitios donde se puede destornillar algo. Subo corriendo a casa y traigo todas mis herramientas, que enumeraré a continuación: destornillador grande, destornillador pequeño, llave Allen de Ikea, martillo. Ninguno de mis destornilladores valen para esos tornillos. Con la tuerca no puedo ni intentarlo. Del martillo, decido prescindir por el bien de todos.

Allí estábamos servidora, las herramientas y los decibelios, cuando aparca un coche justo a mi lado, del que baja una señora muy mayor con una muleta. No iba ni a preguntarle (prejuzgar mal servidora, mal! mal!), pero tal era mi abatimiento que de perdidos al río: “perdone señora, no tendrá usted una llave inglesa?”

Parecía que esta iba a ser la historia de cómo hice callar a mi coche (que también os lo diré). No lo es. Esta es la historia de como conocí a una gran mujer. Por suerte se llama Müller, así que no tengo que inventarme un nombre para mantener su “anonimato”.

La señora Müller me lleva a su casa y saca una caja de herramientas que ni Manolo el fontanero. No tenía llave inglesa porque tenía llaves fijas de todos los tamaños. “Llévatelas y ya me las traerás”. Y así fue cómo solté un borne de la batería y acallé a mi coche (y a los vecinos).

De esto hace ya dos semanas y se puede decir que fue el comienzo de una gran amistad. Justo ayer estuve tomando unos vinos con ella, que cuenta nada menos que con 84 años, veinte de viudedad y  dos operaciones de cadera. Eso sí, me dice, la vista la tiene buenísima. Súper planazo (y por una vez no, no lo digo con ironía). Porque es un lujo poder pasar una velada con una señora que vivió en sus carnes la segunda guerra mundial y que hizo un voluntariado de un par de décadas dedicado a la integración de inmigrantes como yo, pero en los sesenta. Les acogía en su propia casa y les enseñaba alemán (que pena no haberla conocido antes!). Escucharla me hace más sabia. Además, hace unos pastelitos divinos.

Ya saliendo por la puerta le digo: 
  • Señora Müller, cuando vaya a España la semana que viene le voy a traer unos pastelitos típicos de mi pueblo
  • Bien, bien, muchas gracias. Pero si a ti te da igual, mejor que pastelitos, no me podrías traer schorizo de ese naranja?

Me rio. Es de las mías!


5 comentarios:

  1. Qué grande la Señora Müller... yo llevaría el schorizo y un poquito de jamón del bueno, se lo ha ganado...

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    1. Siempre hay hueco en mi maleta para jamón del bueno!! y oye, si luego no puede por el colesterol o cualquier cosa... ;-p

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  2. Me encanta esta historia. Qué entrañable! Me dan ganas de ir a darle un abrazo a la Sra. Müller :-)

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  3. Como se nota que la señora Molinero no tiene prejuicios, en vez de llamar a la policia para que aclarasen que hacías con herramientas del Ikea en un coche al que le está sonando la alarma, te ayudo en lo que le pediste ... Que lo mismo si le hubieses preguntado como se arreglaba lo de la alarma también hubiese podido ;)

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    1. :-D :-D :-D Fíjate tú que ni a mi mente criminal se le había ocurrido que se pudiese malinterpretar la situación! Vamos, sería lo más: después de robar mi bici.. robar mi coche!

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